Recuerdo que la primera vez que tuve contacto con la obra de Irene Carlos fue para su exposición de tapices en la galería Plástica Contemporánea (1989). La sala, que desde el principio fue prestigiosa, determinó la percepción inicial que su trabajo me provocó.
En otras palabras, dejó fuera mis prejuicios respecto a lo que debe o no exhibirse en una galería. Está demás decir que conecté inmediatamente con su labor.
A lo lejos me acuerdo que pensé que había algo que amarraba este trabajo con fuentes primitivas de abstracción. Que era una expresión que surgía de lo emotivo, por un lado y de la investigación por el otro.
Lo artesanal le daba un sentimiento orgánico y valiéndose de sus tramas ella expresaba ideas. Ya entonces podía percibirse el parentesco que su creación tenía con la escultura, a la que abordaría en 1993. El año siguiente asumió la pintura que se trasformó rápidamente en una de sus expresiones más conocidas.
Irene Carlos es inquieta y debido a ello ha expuesto individualmente tanto en Guatemala como en el extranjero. Además de su participación en múltiples bienales, también se ha sumado a programas de artistas en residencia, talleres diversos y otras actividades relativas a su profesión.
Entre sus maestros destaca la presencia de Arnoldo Ramírez Amaya, con quien estudió dibujo y acuarela. También, cuenta como importante su militancia en el grupo Itzul.
Los diálogos en su trabajo son evidentes
Entre sus mayores influencias destaca Yaco Gigi, director de teatro argentino. En las palabras de Irene Carlos, él es uno de los pocos seres afortunados que logran conservar en su mirada la eternidad de la inocencia… sensibilizó su corazón y le enseñó a amar la vida.
Acción en constante evolución dentro y fuera de su producción.
Y, en esencia, eso es lo que exuda la obra de Irene Carlos. Un equilibrio entre su yo y la necesidad de expresar balance energético a partir de elementos mayormente abstractos. Mucho de lo que representa surge de la evocación de lo que hay más allá de nuestra atmósfera.
Busca lo primigenio y con ello abstrae elementos que reflejan espontaneidad. También, dialoga exitosamente con las culturas ancestrales.
Hay una presencia femenina en el color, fuerza, intensidad y balance de sus componentes. El evidente diálogo entre la autopercepción, espiritualidad y el flujo de información que la rodea, redunda positivamente en sus contenidos.
La consistencia de los componentes refleja un abanico de posibilidades e infinitas interpretaciones.
Su legado es intuitivo y encuentra su equilibrio en una composición que, sin ser naif, es inocente, potente y vital. Su trabajo es una invitación a la vida, a la equidad, a la superación a partir de la sublimación de elementos.
Hay un claro entendimiento de medios que redunda en su amplitud iconográfica. Con ella, menos siempre es más.
Su trabajo reciente se puede visitar en la galería Mayarí Rojas.
Guillermo Monsanto
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