Como una joven amante del teatro aún puedo recordar la emoción de entrar a una sala
en penumbras y buscar mi número de butaca entre ese mar rojizo que siempre tiene la vista puesta en el escenario. Desde niña recuerdo haber visitado múltiples salas para ver obras como Peter Pan y musicales como Mamma Mia. Cada vez que podía vivir la experiencia de escuchar la esperada “tercera llamada, comenzamos” la expectativa me llenaba de felicidad.
Viendo hacia atrás, fueron esos momentos los que me convirtieron en alguien que adora las artes, pero fue hasta hace un par de años que me puse a pensar en la cantidad de obras de dramaturgos guatemaltecos que he visto o leído en mi vida. Como estudiante de literatura, he tenido la oportunidad de adentrarme en ese mundo y aún así no logro encontrar mucho de dónde escoger. Existen obras muy conocidas por el público, como Torotumbo de Miguel Ángel Asturias y El día que Teco temió de Los Tres Huitecos, pero al final nos hemos visto en una posición en la que deja de haber nuevo material guatemalteco por muchos años.
Esto tiene muchas razones por las que se ha dado así. En primer lugar, el guatemalteco no suele mostrar interés por el arte y el teatro queda en un segundo plano. También está el hecho de que los escritores de nuestro país suelen enfocarse más en poesía, cuento y novela que en la dramaturgia. Estas dos cosas juntas crean un ambiente en el que los actores, directores y el público en general buscan nuevas producciones que ver y terminan asistiendo una nueva obra extranjera o una a la que ya han ido antes.
Escribir no es sencillo y la dramaturgia trae consigo aspectos que la complican un poco más, como el que se apoye principalmente en diálogos y que se debe de poder tener cierta visión de cómo se vería en escena para dar acotaciones. Debido a esto, es comprensible que las personas no la tengan como una de sus primeras opciones para escribir. Aun así, considero que hay actores, directores y público que tienen el conocimiento y familiaridad suficiente con el teatro como para poder crear sus obras. Como todo en el mundo de las artes, es cuestión de tomar el riesgo y encontrar personas lo suficientemente apasionadas como para unirse al proyecto.
Además, es importante hacer mención de los beneficios que trae el teatro, tanto escribirlo como actuarlo, en la educación del público en general y en un ambiente académico. A través de él se pueden conocer hechos históricos (como con Guatemala Ancestral, que narra la historia de Guatemala desde los tiempos del Popol Vuh hasta la época independentista), leyendas, se desarrolla la expresión verbal y corporal, y mejora la atención y concentración. Debido a esto, se debería fomentar la creación de obras de teatro desde la educación y aprovechar todas sus ventajas.
Hablando desde la experiencia, llevo varios años perteneciendo a un club estudiantil de teatro y he tenido la oportunidad de presenciar el cambio, tanto en mí como en mis compañeros, que el teatro ocasiona en una persona. La mayoría comienza con un esperado sentimiento de vergüenza y timidez que caracteriza a muchos amantes de las artes, pero es increíble ver cómo todo cambia cuando se les confía la tarea de escribir una obra y desarrollar su personaje. Pasan de ser tímidos a expresar sus ideas con asertividad y se crea un ambiente de trabajo en equipo que permite el crecimiento colectivo en cuanto a sus habilidades de escritura, creatividad y personalidad. Cuando las personas ven en escena el producto de su trabajo se llenan de orgullo y eso les da una seguridad enorme en sí mismos, lo que permite que se desarrollen mejor en cualquier otra disciplina.
Guatemala cuenta con muchísimo talento sin explotar y el mundo del teatro necesita de, al menos, un poco para convertirse en una fuente de creación de dramaturgia. El público, especialmente en tiempos de pandemia, está sediento por nuevas formas de entretenimiento por lo que es el momento ideal para crear algo innovador que fascine a las masas.
Texto: Estefanía Arriola Ordóñez
Edición: Guillermo Monsanto
Fotografía: cortesía
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