Siempre me he sentido más artista escénico que visual. Ello a pesar que mi primera formación como pintor empezó en 1977 y mis andanzas en los escenarios son a penas de 1981. A lo apuntado sumemos el haber tenido el privilegio de estudiar con artistas como Dagoberto Vásquez, Ana María de Maldonado, Rae Leeth, Francisco Auyón, Jorge Mazariegos M., Oswaldo Cercado o Daniel Schafer, entre otros destacados de la plástica entre los cuales orbito desde que se fundó El Attico en 1988. Lo que les he aprendido a todos me ha ayudado a ver el trabajo de otros exponentes desde las perspectivas que abordo en mis columnas y escritos. Reconozco, sin dudarlo, que este universo fue el gran aliado en la solución de mi estética teatral.
Por lo anotado es que no he expuesto mucho en solitario y jamás en El Attico. Es mi primera vez en 28 años. Colectivamente sí, en muchos espacios, un poco más a menudo en los años recientes. No sé por qué pero estoy trabajando con más constancia y disciplina en la actualidad. Quizás necesite un cambio de escenario y esa necesidad hace virar mis intereses, paulatinamente, hacia el principio de mi búsqueda artística. Finalmente ¿por qué no?
La serie que expongo para el XXVIII aniversario de la galería tuvo sus antecedentes en Madrid hacia el año 2008. Juan Carlos Melero, con ese corazón tan enorme que tiene, me rescató de una experiencia oscura llevándome a la luz de la mano de un medio que era totalmente desconocido para mí: la gráfica digital. En aquella ya remota ocasión creamos juntos una carpeta que él tituló Suite Madrileña. En ese viaje conocí también a Javier y a Clara, su esposa; los amé a los tres por muchas cosas. El trabajo final se presentó en el Cantón Exposición y, por iniciativa de Pepo Toledo, fue a México años más adelante, mientras Juan Carlos se debatía entre la vida y la muerte, para exponerse en el Museo Diego Rivera (Anahuacalli). Para mi sorpresa los curadores se quedaron tres piezas de la serie para los fondos de la institución.
En la última visita de Juan Carlos a Guatemala en 2012, poco antes de ir yo a México, digitalizó algunos de mis dibujos y se los mandó a su hermano quien los limpió e intervino con los resultados que hoy podemos apreciar. Aquel año Juan me consoló por la muerte de Donna Summer, la Demencia (mí amada mascota) y luego partió hacia su inesperado destino para sufrir una delicada condición médica de la que se ha ido reponiendo de a poco. En el proceso, tristemente, se le secó –espero que temporalmente- su veta creativa. El título de la colección surge entonces como un homenaje a la fe y amistad que esta familia Melero ha depositado en mi persona (y en Guatemala). Es un trabajo que lleva el sello profesional de Franja Fotográfica y la esencia de mi línea como dibujante. Creación que nos une en el tiempo, la historia y cariño que ahora honro con esta exhibición.